martes, 1 de junio de 2010

LA JUSTICIA


“Jesús de Nazaret, al ser interrogado por el gobernador

romano, admitió ser un rey, mas agregó: ‘Yo para esto

he nacido y para esto he venido al mundo, para dar

testimonio de la verdad’. Pilato preguntó entonces:

‘¿Qué es la verdad?’ Es evidente que el incrédulo ro-

mano no esperaba respuesta al interrogante: el justo,

de todos modos, tampoco la dio. Lo fundamental de su

misión como rey mesiánico no era dar testimonio de la

verdad. Jesús había nacido para dar testimonio de la

Justicia, de esa Justicia que deseaba se realizara en el

reino de Dios. Y por esa Justicia fue muerto en la cruz”



Hans Kelsen


El término Justicia es una de las palabras más difíciles de definir y de las que más preguntas se han hecho. Filósofos, juristas, escritores, entre otros, han tratado de dar su concepto pero, ninguno se ha considerado como universal. Es por ello que surge la pregunta: ¿Qué es la Justicia? El jurista Hans Kelsen afirmó que: “No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas amargas lágrimas como por ésta; no hubo pregunta alguna acerca de la cual hayan meditado con mayor profundidad los espíritus más ilustres, desde Platón a Kant. No obstante, ahora como entonces carece de respuesta”.

Desde la época romana, la Justicia ha sido representada por la diosa Themis. La cual se presenta con el aspecto de una noble mujer empuñando en todo lo alto la espada de la ley; sosteniendo con la otra mano, la balanza de la equidad y manteniendo siempre los ojos vendados en señal de imparcialidad. Esto es, que deja caer la fuerza de la espada sobre quien trate de desequilibrar la balanza, no viendo las particularidades del individuo, sin importar que sea joven o viejo, rico o pobre, enfermo o sano, blanco o negro, virtuoso o criminal.

El sentimiento de la Justicia, la oscuridad de su noción, las discusiones y los conflictos que esta oscuridad hace surgir, existe desde que hay hombres que piensan y viven en sociedad. El hombre siempre realiza conductas a las cuales se les puede catalogar como justas o injustas. Un claro ejemplo, es cuando un individuo da muerte a otro individuo, pues aquí ya nos encontramos con la privación del valor primordial del ser humano: la vida. Porque donde hay negación de la vida o atentados contra la misma, en cualquier forma y aspecto, no hay Justicia; ya que ella es la reina y señora de todas las virtudes.

Existen dos posiciones respecto a la Justicia: la Justicia de los moralistas y la Justicia de los juristas. Los moralistas la conciben como una gran virtud, en donde el fin primordial es la perfección moral del individuo. Es así como Sócrates declaraba que la Justicia es ante todo una perfección interior, una virtud que radica en el alma. Y Aristóteles termina diciendo que la Justicia es la virtud más alta, la virtud perfecta. Por el contrario, para los juristas es el fin principal para solucionar de forma práctica y oportuna los problemas sociales que surgen de la convivencia humana, siendo esta última la que le pertenece al abogado.

Ahora surge otra pregunta: ¿En dónde se encuentra plasmada la Justicia dentro de esta convivencia humana? La respuesta no se hace esperar, la Justicia se encuentra plasmada en el Derecho, pues éste es quien, con sus normas, busca como fin dar Justicia a todos los miembros de una sociedad, pues el medio para alcanzar la Justicia es evidentemente el propio Derecho.

El Derecho es justo por naturaleza, tal como lo afirmaran los iusnaturalistas. La ley, en cambio, trata de serlo. Aquí hay que hacer una aclaración, que no es lo mismo ley que Derecho; porque toda ley es Derecho, pero no todo Derecho es ley. La ley es una parte del Derecho, ella surge de él, por lo que es necesario no incurrir en el error de catalogarlos como sinónimos.

Después de lo anterior, se puede ver que la Justicia es inherente al Derecho, en donde se debe tratar por igual a todos los individuos, no restringiéndoles su libertad de actuar, siempre y cuando ésta no dañe a los miembros de la sociedad.

El Derecho es justo, no obstante, son los seres humanos los que lo hacen injusto puesto que los legisladores hacen el Derecho positivo y éste es el que debe ser observado por todos. Los positivistas consideran que por Justicia debe entenderse la legalidad, el riguroso apego a la ley, o sea, la imparcial y correcta aplicación e interpretación del Derecho positivo. Pero, en uno de los mandamientos del abogado que da Couture, sostiene: “Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia”. Esto significa que la Justicia está por encima del propio Derecho, pero del derecho positivo.

El Derecho es en sí el que radica en el pensamiento, en las ideas, en la doctrina que los estudiosos de esta materia realizan. En cambio, el Derecho Positivo es aquél que el legislador crea, y en la mayoría de las ocasiones sin previa meditación y sin razonamiento alguno. Este Derecho es al que debe enfrentarse el abogado y lo debe hacer con el arma más poderosa: la Justicia.

Es por eso, que el estudiante de Derecho debe de prepararse conscientemente para conocer plenamente lo que es el Derecho y cómo debe alcanzar la Justicia. El abogado debe sentirlo porque ésta es inmaterial no puede ser captada por los sentidos. Cada acto del abogado debe ser una impresión de su fe en la Justicia; porque la Justicia es para el abogado como Dios para el creyente.

Si se pudiera enseñar la Justicia, no sería dando teorías ni explicaciones, sino comportándose de una manera recta y conciente, asumiendo las responsabilidades de nuestros propios actos. Sócrates nos dejó este legado, que a pesar de haber sido juzgado y sentenciado a muerte por leyes injustas, decía que más injusto sería no cumplir con la ley, porque cumplir con la ley es cumplir con la Justicia.

Se debe dejar en claro, que todos aquellos jueces impartidores de Justicia, deben de hacerlo, no conforme a Derecho sino conforme a la propia Justicia. Así como el profeta Isaías dijo: “Y ciertamente haré del Derecho el cordel de medir y de la Justicia el instrumento de nivelar”.

Después de haber hecho el análisis anterior con respecto de la Justicia, encontramos que no hay una definición clara aceptada por todos. Desde la antigüedad los grandes pensadores han tratado de dar un concepto claro de este término, ya que es un tema que puede ser encarado bajo tantas facetas y del cual se ha escrito tanto y con tanta pasión, por lo que se presenta tan impreciso.

La Justicia carece de realidad material, no puede ser pesada, palpable ni medida y, además, se muestra constantemente huidiza ante los esfuerzos de asirla palpablemente. Porque ¿quién puede negar que cambia constantemente?

Tampoco podemos negar a la Justicia como una parte de la moral y al igual que ella, cambia según el lugar, según la época y según el tiempo, sin embargo la Justicia podrá cambiar pero siempre será el valor supremo de toda moral y sobre todo del propio Derecho.

Lic. Edgar Martínez Cruz

edmartinezc@yahoo.com.mx

http://www.tuobra.unam.mx/publicadas/050131002706.html


Los sofistas y Sócrates

Atenas está en la cumbre de su vida artística: Ictinus y Calícrates diseñan y construyen el Partenón. Fidias esculpe sus frisos. Píndaro escribe sus últimas odas. Sócrates presenta Antígona y Edipo Rey. Atenas, además, ha llegado al máximo de su democracia: se gobierna a sí misma en asamblea de todos sus ciudadanos varones adultos; cualquiera puede ser electo para cualquier posición; Pericles ha introducido el pago a los jurados para que los pobres puedan ocupar esos puestos; hay puestos públicos a los que no se llega por elección sino por sorteo. Otras ciudades griegas imitan la democracia ateniense.

La política es la principal actividad de los ciudadanos atenienses y de los ciudadanos de las ciudades que también han establecido la democracia. A cargo de todos está el gobierno de la ciudad. ¿Qué habilidades hacen falta para participar exitosamente en la vida pública? ¿Cómo se triunfa en política? Estos son los temas que ahora interesan. Estas son las preguntas para las que se quieren respuestas. Por ese tiempo habían aparecido unos señores que decían tener esas respuestas.

Los sofistas

La palabra sophistes significaba maestro en sabiduría. Como tales se presentaban estos señores que andaban de lugar en lugar, participaban en la política y cobraban por sus lecciones. Sabían o simulaban saber de todo: astronomía, geometría, aritmética, fonética, música, pintura. Pero su ciencia no buscaba la verdad sino la apariencia de saber porque ésta reviste de autoridad.

Enseñaban la areté requerida para estar a la altura de las nuevas circunstancias sociales y políticas (recordemos que la palabra areté, traducida generalmente por virtud, no tenía entonces las connotaciones morales que nuestra palabra virtud tiene; era más "lo que es propio de", como se explicó en la introducción).

La primera exigencia de esa areté era el dominio de las palabras para ser capaz de persuadir a otros. "Poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles", dice Protágoras. Gorgias dice que con las palabras se puede envenenar y embelesar. Se trata, pues, de adquirir el dominio de razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla. Llamaban a ese arte "conducción de almas". Platón dirá más tarde que era "captura" de almas.

No eran, pues, propiamente filósofos pero tenían en común una actitud que sí puede llamarse filosófica: el escepticismo y relativismo. No creían que el ser humano fuese capaz de conocer una verdad válida para todos. Cada quien tiene "su" verdad.

Los filósofos anteriores daban generalmente a sus libros el título "Sobre la Naturaleza o lo existente". Gorgias parece burlarse de ellos cuando titula el suyo "Sobre la Naturaleza o lo No existente". Con ese libro pretendió demostrar tres cosas: 1) nada existe, 2) si existiese algo no podríamos conocerlo, 3) si conociésemos algo no podríamos comunicarlo a los demás. Platón comentó: ¿Son al menos estos principios verdaderos? Si no, ¿por qué los asegura Gorgias con tanta universalidad?

Protágoras decía: "Como cada cosa me aparece, así es para mí; y como aparece a ti, así es para ti."

El escepticismo alcanzó a los dioses.

"No dispongo de medios –dice Protágoras– para saber si existen o no, ni la forma que tienen; porque hay muchos obstáculos para llegar a ese conocimiento, incluyendo la oscuridad de la materia y la cortedad de la vida humana."

Y alcanzó a las leyes de las ciudades. Antes se creía que éstas tenían origen divino, ya fuese porque Apolo hubiese inspirado directamente al legislador –tal era el caso de Licurgo, legendario fundador de Esparta– ya fuese porque los legisladores acostumbraban consultar sus proyectos de ley al oráculo de Delfos. Ahora se ha viajado suficiente para poder comparar las leyes griegas con las leyes de otros lugares y, sobretodo, se tiene experiencia de cómo se redactan y aprueban leyes en las asambleas democráticas. Los sofistas eran miembros de esas asambleas. Protágoras estuvo en el grupo enviado a Turii, en el sur de la actual Italia, para dar leyes a la nueva colonia ateniense.

Para ellos, por tanto, las leyes eran convencionalismos humanos. Normas que los hombres adoptan para no vivir como animales. En el principio se vivió así y los fuertes se aprovechaban de los débiles. Las leyes protegen al débil del fuerte. En ese sentido son convenientes, aunque no tienen otro fundamento.

Porque no tienen otro fundamento los hombres pueden transgredirlas con tal de que los demás no lo adviertan. Por la misma razón, un hombre fuerte, realmente fuerte, puede ignorar las leyes, apoderarse del poder y satisfacer sus deseos; en ello brilla la dike (ver el sentido de esta palabra en la introducción) de la naturaleza.

¿Cómo asimilaron los alumnos estas enseñanzas de sus maestros? A los atenienses no les basta ser la ciudad principal, quieren ser la ciudad que manda sobre las otras ciudades y se beneficia de ellas. Si tienen poder para hacerlo les corresponde hacerlo. Es la dike de la naturaleza. Así, disponen que ciertas causas judiciales sólo puedan ser vistas en Atenas; el tesoro de la Liga de Delos al que habían contribuido todas las ciudades de la Liga y estaba guardado en Delos, es trasladado a Atenas para uso exclusivo de los atenienses; cuando Esparta propone la paz deciden continuar la guerra entusiasmados con la moción de que, en adelante, la guerra se financie sólo con tributos de las otras ciudades. También era dike de la naturaleza que la asamblea ateniense hubiese empobrecido con excesivos impuestos a sus conciudadanos ricos; también que hábiles acusadores manipulasen las pasiones políticas de los jueces para quitar a otros sus propiedades; también que los llamados sicofantas tuviesen la habilidad de ganarse la vida chantajeando a otros con la amenaza de una demanda.

La ciencia y la moral griegas parecen en trance de muerte. Pero, si fue admirable empresa de unos griegos iniciar el camino de explicar el mundo con la razón sola rodeados como estaban de una cultura que explicaba todo con dioses, es también empresa admirable que otros griegos iniciasen la búsqueda de la verdad ética y de la verdad política en la Atenas de los sofistas. El primero en hacerlo fue Sócrates y le costó la vida.

Sócrates

Nacido por el año 470 A. C., unos ocho años antes de que el filósofo Anaxágoras llegase a Atenas. Su vida fue filosofar y enseñar. Pero no le interesaron las preguntas sobre la physis que habían interesado primordialmente a Anaxágoras y a los filósofos anteriores porque su preocupación era la conducta degradada de sus conciudadanos; en consecuencia, enfocó su curiosidad intelectual en el ser humano y en su capacidad de conocer la verdad.

Contemporáneo de los sofistas, muchos creyeron que era un sofista más, pero era exactamente lo contrario. Nunca intervino en la política. No pronunciaba discursos. No escribió nada. Según él, nunca fue maestro de nadie. Simplemente se dedicaba a conversar con quien quería conversar con él; creía que la sabiduría se adquiere en el intercambio vivo de la conversación, haciéndose preguntas y buscando juntos respuestas. Así y sólo así enseñó a pensar, a buscar la verdad y a saber que es posible alcanzarla. A diferencia de los sofistas, no cobraba por sus enseñanzas.

"Esta labor fue para la inteligencia humana de una importancia tan considerable, que uno no se extraña al ver a Sócrates dedicarse a ella como cumpliendo un mandato recibido del cielo. Se echaba de ver en él, no solamente un alto poder de contemplación filosófica (Aulo Gelio y Platón cuentan de él que a veces pasaba días y noches inmóvil absorto en la meditación), sino también, como él mismo lo decía, algo de ‘demoníaco’ o de inspirado, un fervor alado, un vigor libre y mesurado, y aun quizás a veces, un instinto interior y superior que parecen revelar una cierta asistencia extraoardinaria…"(1)

La areté es conocimiento

Como los sofistas, hablaba y enseñaba sobre la areté, pero mientras los sofistas decían que no podemos conocer nada Sócrates enseñaba que la areté era conocimiento. Si el zapatero quería ser buen zapatero (tener la areté del zapatero) debía conocer primero qué es un zapato, para qué se usa, cuál es su fin, el propósito que tiene el hombre cuando lo usa; conocido esto, hay que pensar qué forma debe tener el zapato y de qué materiales debe estar hecho; conocido esto, hay que pensar cuál es el mejor método de fabricarlo, qué habilidades hay que desarrollar para hacerlo bien. Cuando se tienen todos estos conocimientos y se han conseguido las habilidades requeridas, se tiene la areté del zapatero. Hoy decimos que tal persona "entiende de zapatería" o "entiende de electricidad" y lo que está en nuestras mentes es lo que estaba en la de Sócrates cuando enseñaba que la areté era conocimiento.

Con el ejemplo de los oficios útiles y cotidianos (en el diálogo Gorgias de Platón se dice que Sócrates "siempre está hablando de zapateros, bataneros, cocineros y médicos") enseñaba que la areté de cualquier actividad o posición comienza por conocer su fin, su propósito.

Ahora bien, si se trata de la areté de todo hombre –de la que pretendían ser maestros los sofistas– Sócrates insistía que había que comenzar por el conocimiento del fin o propósito del hombre –no como general o político o panadero– sino simplemente como hombre, e invitaba a los que conversaban con él a pensar juntos cuál es el objeto del ser humano.

Sócrates no contestó él mismo a esa pregunta, pero su gran mérito estriba en haber hecho que los hombres se la hicieran y en motivarlos a tratar de responderla en la creencia de que era posible darle respuesta. Platón no sólo escribió las enseñanzas de su maestro sino las hizo avanzar por cuenta propia.

Tan convencido estaba Sócrates de que la areté era conocimiento que le parecía evidente que si los hombres llegaban a entender qué era el bien o lo justo escogerían el bien y lo justo. Nadie escogería conscientemente el mal. Los que escogen el mal lo hacen por ignorancia. Si un panadero hace mal pan es porque no sabe hacer pan y no porque quiere hacer mal pan.

El método para alcanzar la verdad

A Sócrates le preocupaba la ligereza con que se usaban las palabras en la vida normal, en especial las palabras que pretendían expresar nociones éticas, como justicia, templanza, valor, etc. Cada quien parecía usarlas en un sentido diferente produciendo una grave confusión intelectual y moral. ¿Cómo dar con el sentido verdadero de sabiduría, de justicia, de bondad?

El primer paso era reconocer la propia ignorancia. Repetía en sus conversaciones que no sabía nada, pero que era más sabio que los demás porque estaba consciente de su ignorancia mientras los otros creían saber. Quien cree saber no se esfuerza en buscar la verdad. El primer paso hacia la verdad es barrer de la mente los prejuicios, las ideas incompletas, los errores que generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino queda abierto.

¿Cómo se avanza ahora? De lo particular a lo universal. Si se está hablando de justicia y se quiere saber qué es justicia, la primera etapa de la averiguación consiste en recoger ejemplos de casos particulares en los que los presentes concuerdan en afirmar que allí se obró con justicia. La segunda etapa es examinar estos casos particulares, compararlos entre sí, ver sus diferencias, ver sus cosas comunes, hasta ir dando con la cualidad –común a todos– que nos hace afirmar que en cada uno de esos casos hubo justicia. Esa cualidad común es la esencia de la justicia, su definición. Ha sido abstraída de los casos particulares por la mente humana y gracias a un poder que sólo la mente humana posee.

En los Diálogos de Platón tenemos abundantes ejemplos de cómo Sócrates se valía de este método para ir dando con la esencia de otras virtudes.

Aristóteles afirma en su Metafísica: "Dos cosas hay que atribuir con justicia a Sócrates: el argumento inductivo y la definición general." La palabra griega "inducir" dice "guiar hacia". El pensamiento inductivo guía a la mente de los casos particulares a la definición común.

Así, buscando la verdad moral y siendo exigente con sus procedimientos, Sócrates inicia la filosofía del conocimiento: el objeto del filosofar es también el saber mismo. Tratar de asegurar que se está dando con la verdad.

http://www.librolibre.org.ni/DocPo./verdad/razon/griegos/socrates.html

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