miércoles, 23 de junio de 2010

Kant

Cuando se hace justicia es una buena noticia

Según Platón, el hombre puede reconocer lo que es justo y acceder a la idea de la justicia por reflexión, experiencia y razón.

Para Platón, el individuo justo es aquel que usa su razón según la verdad, que tiene fortaleza y valentía y que actúa con moderación.

Sin embargo, si es ignorante no puede salir de la oscuridad en que está sumergido por falta de conocimiento.

En el límite del mundo inteligible está la idea del Bien, que es difícil de percibir, pero una vez que se ha logrado se convierte en la causa de todo lo bello y perfecto del universo, y el que quiera ser sabio en esta vida no tiene que apartar los ojos de ella.

Un estado puede ser justo cuando está dirigido por personas sabias, porque la justicia se percibe con el entendimiento y no con los sentidos.

Se puede decir, que la República de Platón es un verdadero tratado sobre la justicia.

San Agustín hace una teología de la verdadera justicia no estrictamente tomada como tal sino como la posibilidad del amor de unos a otros y de la concordia de los intereses comunes de un pueblo que busca su fin temporal y que practica aunque imperfectamente la justicia, porque el hombre en este mundo no puede llegar a esa perfección.

Según Santo Tomás de Aquino, la religión es la virtud superior a todas las demás virtudes, ya que se relaciona íntimamente con Dios. Por lo tanto la justicia depende de Él y de la relación del hombre con Dios.

Con respecto a la justicia, Aristóteles entiende por ésta lo que es legal y lo que es justo y equitativo. La justicia universal coincide con la virtud y es casi equivalente a la obediencia de la ley.

Aristóteles sostiene que la justicia no es un medio como las otras virtudes sino como la virtud que produce el equilibrio entre el que posee demasiado y el que también posee demasiado.

Aristóteles llama a la conciencia moral y a sus principios “razón práctica”.

Descartes, desde el racionalismo, nos dice que sólo existe el yo pensante y Dios. Que siendo seres creados, poseemos la capacidad de juzgar que procede de Él; y que si esta facultad es utilizada en forma correcta no cometeremos errores.

Para Kant, la justicia es una de las virtudes del hombre como parte de la conciencia moral que es la actividad espiritual humana más allá de la actividad del conocimiento.

Los principios de la razón práctica, apelativo que utilizaba Aristóteles, son también principios racionales, aplicados a la práctica, a la acción, a la moral.

Los calificativos morales sólo pueden adjudicarse al hombre. Las cosas no pueden ser buenas o malas, el único digno de ser bueno o malo, moral o inmoral, justo o injusto es el hombre.

No basta que una acción sea legal para que sea moral o justa, para que sea moral es necesario que sea un acto voluntario, porque si una persona actúa por miedo al castigo no es moral ni justa.

Un hombre es moral y justo cuando hace lo que debe hacer obedeciendo a una Ley universal.

La característica de la vida del hombre es la tragedia y el dolor que le produce el abismo entre lo ideal y la realidad. La naturaleza parece ser ciega a los valores morales, como la justicia, la bondad y los valores morales, dice Kant, por la relación entre causa y efecto, pero el hombre los percibe y se da cuenta que esos valores en la vida histórica y en nuestra vida y en la de los demás, esos valores no están realizados.

Quisiéramos ser santos pero somos pecadores, deseamos que la justicia en la sociedad fuera total pero vemos que prevalece la injusticia y el crimen. Kant pone el conocimento científico al servicio de la moral; el hombre quiere saber para educarse, para realizarse, para mejorarse, aunque sea en forma imperfecta.

La realidad histórica tiene sentido sólo cuando está subordinada a los valores morales.

Introducción

La justicia ocupa un lugar central en el discurso jurídico y, al ser una idea sumamente compleja y variada, ha sido estudiada incesantemente por autores de todas las épocas. Como dice Legaz Lacambra (1) “sin la justicia no es posible definir el Derecho. La justicia es un horizonte en el paisaje del Derecho, horizonte que pertenece al paisaje mismo”. Es sabido que la justicia es el principio rector de la vida del Derecho y éste, a su vez, está determinado y delimitado por el valor de lo justo. Lo jurídico ha estado durante la mayor parte del pensamiento filosófico vinculado a las exigencias éticas. Esta concepción sólo pudo empezar a tomar otro rumbo a partir del siglo XVIII con las doctrinas de Kant, Tomasio y Fichte, ya que en la Grecia clásica de Platón y Aristóteles, la justicia era virtud, nacida de cierta concepción moral, en donde se fundaban principios con el propósito de solucionar cuestiones éticas y de convivencia social.
El presente trabajo se propone explorar la justicia planteada desde tres ángulos diferentes: desde la “polis”, desde el punto de vista “cosmopolita”, y desde el planteo “multiculturalista”. Hacia el final, se intentará subrayar las semejanzas, diferencias o relaciones que surgen a partir de sus entrecruzamientos.

Desarrollo

La dikaiosyne, una virtud que se deriva de la dike (justicia), fue descubierta por Platón (427-347 a.C.). La justicia como virtud es así la vertiente ética de lo justo, consistiendo esta dike en un ajustamiento en el cosmos, en el alma y en la ciudad; es decir, se trata de que cada parte del alma y cada miembro de la ciudad se encarguen de hacer lo suyo logrando así una armonía política y anímica.
El modelo político de la polis griega clásica, se basa en la participación directa de todos los ciudadanos en la asamblea ejecutiva, legislativa y judicial. Bajo este contexto Aristóteles intenta hablar de una normatividad ética que es superior a la política o jurídica. Pero para llegar a esta meta, Aristóteles comienza preguntándose acerca de qué es una “comunidad” (koinonía), ésta se refiere a cualquier asociación entre dos o más individuos quienes poseen intereses comunes y participan de una acción común. Aristóteles sostiene que en toda comunidad existe alguna clase de justicia (diké) y amistad (philía). Tres elementos son esenciales para que la comunidad pueda organizarse como una comunidad “democrática”: igualdad, libertad y participación. También es de observarse que la política tiene por misión el bien colectivo de los ciudadanos y no hay oposición entre el bien particular y el bien colectivo, ya que el segundo no es sino la realización del primero.

Cuando Aristóteles habla de “lo justo” se está refiriendo a aquel que procura la felicidad para la comunidad política. La justicia planteada desde la polis se basa siempre en la relación con otra persona, es decir, se refiere siempre al bien ajeno, o sea, lo que le conviene al otro, ya que siempre afecta a los otros. De este modo, la justicia que representa la virtud entera es cuando el hombre no usa la virtud para consigo mismo sino para con otros.
Al plantear que el que viola la ley está cometiendo una injusticia total, se puede apreciar que Aristóteles equipara lo justo y lo injusto con lo legal e ilegal, así como también con lo equitativo y lo desigual.
Se dice que la ley manda vivir de acuerdo con todas las virtudes, y los factores que pueden producir la virtud total son solamente aquellos prescriptos por la legislación para la educación cívica.

El modo en que la comunidad se mantiene unida se debe al intercambio que se produce entre sus ciudadanos, este intercambio solo puede darse ante el surgimiento de la necesidad, ya que si nadie necesitara nada o no lo necesitan por igual no habría intercambio alguno.
La justicia supone que las relaciones entre las personas están reguladas por una ley, y la ley sólo puede aplicarse a aquellas situaciones donde puede hallarse la injusticia, ya que la justicia representa el discernimiento entre los justo y lo injusto.
La justicia política puede ser natural y legal. Pero algunos creen que toda justicia es de esta clase (ya que lo que existe por naturaleza es inamovible y por ende en todas partes tiene la misma fuerza). Entre los hombres hay una justicia natural, pero toda justicia es variable, por más que haya una justicia natural y otra no natural. Lo no natural es equiparado en este sentido a lo legal y a lo convencional.
La justicia que está fundada en la convención y en la utilidad es semejante a las medidas, en el sentido de que no son iguales en todas partes, ya que pueden ser mayores donde se compra y menores donde se vende. Siguiendo esta misma línea, las cosas que son justas no por naturaleza sino por convención, tampoco son las mismas en todas partes, por consiguiente, tampoco son iguales en todas partes los regímenes políticos.

Al hablar del acto justo y el injusto, Aristóteles sostiene que éstos se distinguen por su carácter voluntario o involuntario. Es decir, la cosa injusta no llegará a ser acción injusta si no se le añade lo voluntario. En este contexto, lo voluntario alude a cuando uno hace algo estando en su poder el hacerlo y sabiendo a quién, con qué, y para qué lo hace; en cambio, lo involuntario apunta a lo que se ignora o a lo que no depende de uno, o lo que está hecho por la fuerza. De este modo, uno obra injustamente cuando el daño se produce con intención, en cambio, uno obra justamente cuando lo hace por elección, y solo puede obrar justamente cuando lo hace voluntariamente.
Toda ley es universal, pero el problema reside en que hay casos en donde no es posible tratar las cosas rectamente de un modo universal. De modo que lo equitativo es justo e incluso es mejor que cierta clase de justicia, ya que es una corrección de la ley (la ley es incompleta debido a su universalidad).
Es importante destacar que Aristóteles considera que bajo ciertas condiciones materiales cualquier ciudadano se encontraría plenamente capacitado para la acción política, es decir, no supone que esto está reservado sólo para una parte de la comunidad.

Asimismo, sostiene que toda comunidad está orientada hacia algún bien, siendo el bien superior aquello que pretende la comunidad superior, es decir, aquello que pretende la “ciudad” (polis) y la “comunidad cívica” (koinonía politiké). Y para poder ser ciudadano y poder buscar así la mejor forma de organización comunitaria no basta con habitar una ciudad, ya que deben darse ciertas condiciones materiales indispensables para la ciudadanía, y sobre todo la igualdad. En cambio, el esclavo no puede ser ciudadano, dado que para ser ciudadano es indispensable que la comunidad le proporcione el ocio y la renta necesaria para poder participar directamente en los asuntos políticos. Aristóteles señala que los ciudadanos no deben llevar una vida de obreros ni de comerciantes, pues se necesita tiempo libre para el nacimiento de la excelencia y para las actividades políticas, por consiguiente puede observarse que es indispensable que los ciudadanos gocen de holgura económica.
Bajo estos contextos, la ética quedaría englobada dentro de la política, y la preservación del bien de la comunidad goza de una importancia mucho mayor que la preservación del bien particular.
A través del descubrimiento aristotélico, se llega a la conclusión de que igualdad y libertad quedarían planteados como dos conceptos indisociables para la justicia.

Con Kant, pensador paradigmático del pensamiento moderno (quien se define a sí mismo en oposición al pensamiento clásico y medieval), la situación cambia, ya que reivindica la autonomía y la posibilidad del autogobierno. Kant instala la idea de que los seres humanos estarían llamados a discernir por sí mismos cómo han de vivir su vida sin sujeción previa alguna. Por esta razón, comienza a producir un concepto de justicia que se podría llamar “moderno”, ya que desvincula la cuestión estrictamente ética del tema de cómo debe organizarse la convivencia, es decir, intenta llegar al hallazgo de una voluntad libre desprovista de toda inclinación. En su obra Filosofía de la historia nos muestra cómo la razón se va desplegando a través de la historia del hombre. Intenta subrayar que habría algo oculto detrás de la Naturaleza, algo que funciona independientemente de los seres humanos, dicho de otro modo, habría un desarrollo continuo de las disposiciones originales puestas en el hombre. Estas disposiciones naturales tienen el deber de desarrollarse completa y adecuadamente siguiendo el curso de un hilo conductor subyacente. Otro rasgo que destaca Kant es que la Naturaleza ha dotado al hombre de la razón, pero ésta debe desarrollarse en la especie y no en los individuos, ya que los individuos son mortales y, en cambio, la especie es inmortal. La razón permite ir mucho más allá del instinto natural, pero para llegar a usar a la perfección estas disposiciones naturales el hombre necesitará varias generaciones para lograrlo, ya que su plazo de vida es demasiado breve.

Kant sostiene que la Naturaleza ha dotado al hombre de la razón dado que tiene como fin que éste pueda procurar su felicidad a través del uso de su razón siendo libre del instinto. De esta manera, el hombre ha sido equipado sólo con lo mínimo indispensable ya que todo lo demás lo logrará por sí mismo.
Para que se logre el completo desarrollo de todas las disposiciones, la Naturaleza ha usado como medio el antagonismo en sociedad, es decir, la insociable sociabilidad de los hombres, dicha idea reside en la inclinación del hombre a formar sociedad pero que a su vez va unida de una resistencia constante que amenaza con disolverla. El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad, ya que sólo así se siente más como hombre y siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse, posee una cualidad insocial donde quiere disponer todo como le plazca. Pero esta resistencia es la que hace que se enderece, ya que únicamente intentará así lograr una posición entre sus congéneres (congéneres que no puede soportar pero tampoco prescindir), además, sin esta insociabilidad, todos los talentos quedarían adormecidos en su germen, y es sólo a través de la discordia que se conseguirán desarrollar por completo los gérmenes de la Naturaleza.

La meta será la de llegar a una sociedad civil en donde se podrá lograr la máxima libertad. Pero al entrar en sociedad, el hombre necesita un señor que lo haga salir de su propia voluntad y obedezca a una voluntad valedera para todos, para que de este modo, cada cual pueda ser libre.
Esta misma insociabilidad que obligó al hombre a entrar en comunidad, es llevada por Kant al nivel de los Estados, es decir, introduce dicha insociabilidad en la relación entre un Estado y otro.
La Naturaleza tiene como fin último la búsqueda de una ley de equilibrio en donde se podrá lograr un Estado cosmopolita de pública seguridad estatal, en donde las fuerzas de la humanidad no corran el peligro de quedarse adormecidos, pero hay que tener en cuenta que no se trata de buscar un principio de igualdad de sus recíprocas acciones y reacciones, ya que esto haría que se destrocen mutuamente.
Ante estos planteos de Kant, se observa que el fin supremo de la Naturaleza es el de llegar a lograr un estado de ciudadanía mundial o cosmopolita permitiendo así el desarrollo de todas las disposiciones primitivas de la especie humana.

Actualmente el multiculturalismo ha tratado de pensar en la posibilidad de una comunidad que integre un gran número de diferencias ante el peligro de la optimización de las identidades y la homogeneización social. Frente a la agudización de las diferencias que el sistema comunitario contiene en su interior, la sociedad corre el riesgo de romperse y fragmentarse.
Dentro de este panorama valorativo de la modernidad, pero con un tono crítico importante a ciertas cuestiones de ella, encontramos a Taylor. Charles Taylor plantea una política del reconocimiento. La necesidad del reconocimiento ha sido una postura defendida por la política del multiculturalismo planteado desde los grupos minoritarios y subalternos (por ejemplo: grupos feministas). Pero la situación comienza a complicarse al surgir el nexo entre “reconocimiento” e “identidad”. Taylor plantea que la identidad es moldeada desde el reconocimiento o desde la falta de éste, o en el peor de los casos, en el falso reconocimiento del otro. Por lo tanto, el “reconocimiento debido” se ha tornado en una necesidad humana vital.
También se comienza a cuestionar el concepto del “honor”, idea fundada en la desigualdad, ya que éste requiere una jerarquización y al haber jerarquías diferentes surgen las desigualdades. Contra este concepto del honor se propuso la idea de dignidad, concepto que tiene por base el sentido universalista e igualitario.
Actualmente para la cultura democrática el reconocimiento igualitario es esencial. A finales del siglo XVIII surge el concepto de identidad individual el cual ha intensificado la importancia del reconocimiento. Asimismo, se empieza a pensar en la interioridad, aparece la importancia de escuchar la voz interna, idea de creer en lo más profundo de nosotros mismos. El modelo de cómo uno debe vivir la vida sólo se lo encuentra dentro de uno mismo, no en el exterior. Aparece así la importancia de definirse a sí mismo y lograr la propia originalidad. Esta tendencia se debe al surgimiento del concepto de autenticidad. Esto se da tanto en lo individual como en los pueblos.
Antes, la identidad dependía de la posición social que ocupaba cada individuo, es decir, sólo se definía según el lugar que ocupaba cada individuo en la sociedad. Actualmente, el modo de ser ya no debe derivarse de la sociedad sino que debe generarse internamente.
Paralelamente se descubre que la génesis de la mente humana es dialógica (y no monológica, como se sostenía anteriormente). De este modo, la propia identidad se descubre a través del diálogo. Esto significa que mi propia identidad depende, en forma crucial, de mis relaciones dialógicas con los demás. La identidad original, personal, e internamente derivada ya no goza de reconocimiento a priori, sino que deberá ganarse por medio de un intercambio, y el intento puede fracasar. De aquí se deduce la importancia y necesidad de los conceptos de identidad y reconocimiento.
En la esfera pública de la política del reconocimiento han surgido dos cambios: primero, la aparición del concepto de la dignidad, dicho concepto requiere igualación de los derechos y de los títulos, ya que pretende ser universalmente lo mismo. Luego, surge la política de la diferencia, esto implica que cada cual debe ser reconocido por su identidad única. Dicha idea pretende reconocer que cada identidad es única, diferente de todos los demás. La demanda universal impele a un reconocimiento de la especificidad. La política de la dignidad propone luchar por la no discriminación siendo enteramente “ciegas” a los modos en que difieren los ciudadanos. Dicha política exige derechos universales. En cambio, la política de la diferencia propone redefinir la no discriminación exigiendo que hagamos de estas distinciones la base del tratamiento diferencial. Esta tendencia exige la identidad particular, fomenta la particularidad, es decir, pretende acordar igual respeto a las culturas. El reproche que el primero hace al segundo es que viola el principio de no discriminación. El reproche que el segundo hace al primero es que niega la identidad cuando constriñe a las personas para introducirlas en un molde homogéneo que no les pertenece al suyo; en esto se observa que hay una cultura hegemónica subyacente. Se trata así de una política inhumana, ya que suprime las identidades.

Ante los diferentes discursos acerca de la justicia podemos señalar que, a diferencia de Kant y Taylor, Aristóteles comienza planteándose que el objetivo de la ética es la búsqueda del bien, se trata así de una disciplina política, de modo que lo mejor es buscar el bien para muchos, ya que en última instancia, el bien de uno coincide con el bien de muchos. Aristóteles enfatiza en que hay una continuidad entre el modo de indagación y el modo de actuación. Y esto tiene que ver con la búsqueda de ese bien que es la felicidad, ya que cada hombre busca la felicidad, y la acción que se desarrolla en el ámbito político está dirigida en el mismo camino. Aristóteles nos muestra, mediante este concepto, la continuidad que existe entre la ética y la política, e incluso llega a subsumir la una en la otra. Este filósofo sostiene que los doctos y el vulgo ven en la felicidad cosas distintas, es por eso que son los doctos quienes dirán cuál es la felicidad y de qué modo se deberá organizar la ciudad para alcanzarla. De esto se deduce que habría alguien que determina cuál es el modo de vida feliz, y un modo de gobierno es bueno en tanto logre alcanzar este modo de vida feliz.
En cambio, Kant pasa de la búsqueda de un bien al cumplimiento de un deber, en tanto deber universal, ya que para él si se debe regir con fuerza de obligación entonces se debe hacerlo para todos los hombres por igual. Este planteo reside en la problemática de cómo pasar de la concepción de la acción humana regida por un bien o una formalidad individual a la concepción de la organización social en vista de una obligación universalizable. Kant afirma que la búsqueda de la felicidad es algo natural, ya que todos buscamos la felicidad como seres naturales. Esto implica que la felicidad cae dentro del ámbito de la causalidad natural, y esto tiene que ver con la particularidad, porque cada uno representa su vida feliz de distinto modo. Por consiguiente, no es la felicidad la que puede aportar leyes universales, porque nadie puede decir qué es la felicidad y plantear obligaciones respecto de eso. Lo que Kant intenta generar son principios normativos internacionales, cuya posibilidad nos permite resolver racionalmente los conflictos.
Contrastando con estas dos posturas examinadas, Taylor se encuentra en el medio de ciertos planteos que lo acercan más al Romanticismo que a la Ilustración. Este autor interpreta el Romanticismo como el momento de El Giro Expresivista, es decir, es el momento en donde empieza a cobrar fuerza una salida de la interioridad en términos de expresión. Taylor se apoya más en la tradición hegeliana que en la tradición kantiana, por ende, se ubica más en la tragedia de la dialéctica que en la tradición ilustrada (representada por Kant). La categoría del reconocimiento planteada por Taylor no pertenece a la razón teórico sino a la razón práctica. Se trata de una categoría relacionada con la ética, con la moral, con el derecho y con la política, de modo que no está relacionada con la ciencia y con la teoría. El planteo de Taylor parte de un problema bastante concreto que es el de Canadá y sus dos culturas (o tres, ya que también están los indios). Taylor busca resolver este problema del multiculturalismo e intenta generar una política que reconozca. El argumento central de Taylor es que seremos más liberales, más justos, más democráticos y más pluralistas si instalamos una política del reconocimiento. Es decir, en tanto más trabajemos por no quedar satisfechos con el mero principio de tolerar, sino por aprender del otro, más lejos llegaremos en esos términos.

Conclusión

Al haber examinado tres enfoques diferentes acerca del concepto de la justicia, podemos destacar que en Aristóteles encontramos cierta jerarquización de los hombres, según la cual hay ciertos expertos que pueden pensar lo que otros no. En cambio Kant no plantea nada nuevo, sino que sólo lleva a concepto y justificación lo que reside en la racionalidad de todos los hombres. Es decir, Kant no hace diferencias entre doctos y vulgo, ya que todos los hombres, por el hecho de ser hombres, tienen en su racionalidad estos principios. En su libro La fundamentación de la metafísica de las costumbres sostiene que todo ser racional puede ser libre, en cambio, no sucede así con las cosas de la naturaleza ya que éstas deben actuar según leyes.
Los hombres libres para los antiguos son aquellos que pueden participar de las decisiones de la ciudad, en el ámbito público. El hombre es un ser político, en cuanto que para ser feliz necesita de la polis. Según Aristóteles aquel que puede ser “feliz” sin necesidad de la ciudad es un animal o un dios.
En oposición a esta postura, Taylor intenta llegar a la justicia mediante la política del reconocimiento enfatizando de este modo la importancia del respeto por la identidad de cada individuo. Cada ciudadano posee pleno derecho para buscar su propio modo de ser, entablando así un diálogo interno que desembocará en la definición de uno mismo, encontrando así la propia originalidad.
Tanto desde el punto de vista de la polis como desde el enfoque “cosmopolita” y “multiculturalista”, la justicia ha sido siempre un punto de partida para abrir varios horizontes divergentes acerca del logro del bienestar de la humanidad.
Aristóteles postuló la justicia como un medio para alcanzar la felicidad, pero dicha felicidad solo puede lograrse a través del mantenimiento de la libertad e igualdad entre los ciudadanos (dichos conceptos son inseparables para preservar la justicia). Empero Kant desarrolla la justicia partiendo de la idea de la autonomía y el autogobierno, promoviendo una vida sin sujeción previa alguna. Para alcanzar esta meta Kant desarticula la ética de la convivencia. De este modo destaca la razón como herramienta que nos permite liberarnos del instinto, procurando de esta manera la felicidad, pero en lo particular, a diferencia de Aristóteles. Pero la justicia toma otro tono bajo la sombra del multiculturalismo. Este ya no habla de la justicia desde lo homogéneo sino desde el reconocimiento de lo individual y particular de cada uno. Reclama una cultura en donde se integre el mayor número posible de diferencias, respetando de este modo la identidad individual de cada ser.
Desde la relación de la justicia con la felicidad en el planteo aristotélico, pasando por su sentido universalista regulado por la naturaleza basado en la perspectiva cosmopolita, llegando luego al respeto por la identidad individual expresado a través del reconocimiento del otro dentro del panorama del multiculturalismo, la justicia no ha dejado de ser una tarea ardua y difícil de resolver para el hombre. A lo largo de la historia la justicia ha sido articulada tanto con la idea de la libertad e igualdad como con el respeto y el deber. Con el avance de la humanidad, seguramente se plantearán muchos otros cuestionamientos más acerca de qué se entiende por lo justo para el hombre y cuál será el nuevo camino para la justicia en los siglos venideros.


Referencias

1.- L. Legaz Lacambra : Filosofía del Derecho, Bosch, Barcelona, 1951, pág. 443.

Bibliografía:

Aristóteles : Ética a Nicómaco , Libro V, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970, pp. 70-88.

Corral Genicio, Jerónimo: “La noción de justicia en la Retórica de Aristóteles”, http://www.filosofiayderecho.com/rtfd/numero6/aristoteles.htm

Cullen, Carlos : desgrabación del teórico dictado en el primer cuatrimestre del 2002 (“Problemas Filosóficos en Psicología”, Facultad de Psicología, UBA).

De Filpo, Stella Maris : desgrabación de teóricos dictados en el primer y segundo cuatrimestre del 2002 (“Problemas Filosóficos en Psicología”, Facultad de Psicología, UBA).

Kant : “Idea de una Historia Universal, desde el punto de vista cosmopolita”, en Filosofía de la Historia, Buenos Aires, Nova, 1964, pp. 39-58.

Ferrero Turrión, Ruth: “¿Justicia o Seguridad? Minorías Nacionales y Ampliación al Este”, http://www.ugr.es/~ceas/Multiculturalismo/Justicia%20o%20Seguridad.pdf

Miguens, José Enrique: “La justicia política de Aristóteles como justicia democrática”, http://www.etica.org.ar/miguenz.htm

Página web:“Criterios de justicia distributiva”, http://www.cidac.org/libroscidac/Pobreza
/Cap2.PDF

Royo Hernández, Simón : “Comunidad de Hombres frente a Sociedades de Mercancías”, http://www.cholonautas.edu.pe/pdf/COMUNIDADES%20DE%20HOMBRES.pdf

Taylor : “La política del reconocimiento”, en El multiculturalismo y la “política del reconocimiento” , México, FCE, 1993, pp.43-107.

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