Etimología de “Justicia”
Judex justus jubenti paret El juez justo obedece al que manda
Con pleno acierto, y sin la menor voluntad de engañar a nadie, la justicia es, se considera y se proclama una instancia más del poder. Es, en efecto, el más depurado, decantado y acrisolado sistema de dominación.
Retrocedamos un paso: justicia deriva de justo, y justo o justa es la persona que conforma su conducta a lo que manda la justicia. (Hemos caído en la tautología, de la que ya no escaparemos). Dejémoslo ahí de momento y retrocedamos otro paso: justo deriva del latín justus, que sería un participio perfecto pasivo de jubere (como ustus de urere; el otro es iussum, por supuesto) que significa mandar; de donde se infiere que es justo el que hace lo que le mandan, es decir la persona obediente. (He de advertir que no es esa la única explicación etimológica.)
Volvemos a estar como en el análisis de la palabra derecho (ver web 1-12). Es un adjetivo de valor pasivo. Conocemos el sujeto paciente, pero ignoramos quién es el sujeto agente, con lo que seguimos a oscuras. ¿A quién obedece el justo? Más importante aún, ¿a quién obedece la justicia?
Iudicare (Juzgar) es ius dicere, decir lo que es justo, lo que está mandado. Ese es el oficio de los júdices. No es, por tanto, el juez el origen de la justicia, no es él el que manda, sino que también él está al servicio de quien manda. Por encima del juez está la juris dictio, la jurisdicción, que corresponde al imperium. Los fueros o jurisdicciones especiales fueron hasta ayer la fórmula para disponer de una vara de medir distinta para cada estamento, puesto que al no ser iguales el noble y el plebeyo, el eclesiástico y el militar, fue preciso que existieran leyes distintas para los distintos niveles de poder. Al declarar las constituciones que todos son iguales ante la ley, a la diferencia de jurisdicción entre los poderosos y los que están bajo el poder, se le ha dado una nueva forma, de apariencia más igualitaria. Ahora el fuero especial de los poderosos se ha transferido a las garantías procesales.
Las garantías procesales son iguales para todos los ciudadanos. Pero como no fluyen por inercia, sino a instancia de parte, si se alían el poder económico más el poder político más el poder mediático para defender a alguien, e invocan en favor de éste todo tipo de garantías procesales, no habrá juez que se atreva a saltarse esas garantías esgrimidas, aunque pudiera y debiera; a no ser que tenga a su favor un contrapoder de las mismas características y quiera medir sus fuerzas.
Así es la justicia, y no puede ser de otra manera, porque al fin y al cabo juez justo es aquel que, según la más que probable etimología arriba presentada, es el que es mandado (en los regímenes absolutos es, además, un mandado.)
Mariano Arnal
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Quizá el origen de esta palabra no sea el más bonito del mundo. Pero ahí está. Si un día nació es porque alguien se dio cuenta de que existían dos tipos de situaciones: justas e injustas. Y dos tipos de personas: justas e injustas. Y dos posibilidades: permitir la injusticia o hacer justicia.
“Dar a cada quien lo suyo”. Así se ha definido siempre la justicia.
Si vamos a la etimología, justicia proviene del sustantivo latino “ius”, que significa derecho. Es justo el hombre que concede a cada uno sus derechos, lo que le es debido por ser lo que es en todos los órdenes. Por tanto, la justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido.
La justicia es un valor que acompaña el ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona. Desde el punto de vista objetivo, este valor y virtud constituye el criterio determinante de moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.
Hoy la justicia se muestra particularmente importante en el contexto actual, en que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, está seriamente amenazado por la generalizada tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad y del tener.
La justicia no es una simple convención humana, porque lo que es “justo” no es originalmente determinado por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano.
Esta virtud regula las relaciones entre los hombres en sus múltiples manifestaciones: con Dios, con los demás y consigo mismo.
Tenemos que ser justos, primero, con Dios. La justicia con Dios se llama virtud de religión. Debemos dar a Dios honor y gloria. Debemos dar a Dios el primer lugar. Y esto se demuestra en dedicar un tiempo al día para agradecerle la vida, la fe, y tantas gracias que a diario Él nos da en el orden espiritual y material, familiar y laboral. Aquí entrarían esos minutos al día para leer la Biblia y entrar en diálogo con Él. Aquí entraría ese participar activa y fervorosamente de la misa dominical. Aquí también la oración de agradecimiento antes de las comidas. O ese rezo del rosario en familia. Todo esto es justicia con Dios por ser quien es: nuestro Señor, nuestro Padre y nuestro Dios.
Tenemos que ser justos, sobre todo, con los demás. Esta justicia garantiza básicamente el respeto mutuo en el uso de los bienes que Dios nos ha otorgado, que son para todos y que miran no sólo a nuestra utilidad en este mundo, sino también para que nos ayuden a llegar hasta Dios. El Magisterio social de la Iglesia evoca al respecto tres formas clásicas de justicia: la conmutativa, la distributiva y la legal. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Los contratos están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los intercambios entre las personas y entre las instituciones en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa obliga estrictamente; exige la salvaguardia de los derechos de propiedad, el pago de las deudas y el cumplimiento de obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia. La justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades” (número 2411). “En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario…” (número 2412).
Por tanto, bajando a detalles, se falta a la justicia, y a veces gravemente, mediante el hurto, la rapiña, el fraude, la usura, la extorsión, el plagio, la retención injusta del algo ajeno. Se falta a la justicia, cuando por negligencia se retrasan los salarios o pagos, pudiendo hacerlo a tiempo. Mientras se pueda, convendría pagar al contado, sobre todo a los que lo necesitan, y al día siguiente de terminar el mes. Sí, falta a la justicia:
• El patrón que retrasa el pago del salario a los obreros, sin causa justa.
• El que se niega a pagar sus deudas pudiendo hacerlo.
• Los que no devuelven las cosas prestadas o las devuelven en mal estado.
• Los que engañan en la administración de bienes ajenos.
• Los que falsifican dinero.
• El que estafa a quien le confió la administración de sus bienes.
• Los que guardan la cosa perdida sin buscar al dueño.
• El que con gastos excesivos se imposibilita para pagar sus deudas.
• Los comerciantes que provocan quiebras ficticias para declararse insolventes.
• El que sabiendo que en el supermercado se ha equivocado la cajera y le ha dado dinero de más, y no hace nada por devolverlo.
Tenemos que ser justos, finalmente, con nosotros mismos. A esto lo llamamos humildad. La justicia con nosotros mismos significa ponernos en el lugar que nos corresponde: ni arriba ni abajo. Y si ahondamos un poco, sabemos que el lugar que nos corresponde es el último, porque somos criaturas de Dios, servidores de nuestros hermanos y además pesa sobre nosotros una realidad profunda: somos pecadores.
Tratemos de vivir esta virtud de la justicia con más conciencia, sobre todo con nuestro prójimo. Y unamos a la virtud de la justicia, la virtud del amor y de la solidariedad. Sólo así superaremos la visión contractual de la justicia, que es visión limitada. La justicia sola no basta. Puede incluso llegar a negarse a sí misma, si no se abre a aquella fuerza más profunda que es el amor.
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